El 12 de febrero de 1993, Denise Bulger salió como cualquier otro día, al Centro Comercial Strand en Merseyside (Liverpool), junto a su hijo James de casi 3 años. Fue mientras compraba en la carnicería, a poco más de las 3:30 de la tarde, cuando perdió de vista a su pequeño. Este sería el comienzo de uno de los horrores más grandes ocurridos en Inglaterra en los últimos años.
Los asesinos
Robert Thompson y Jon Venables, nacieron en Liverpool, Gran Bretaña, en 1983, a sus cortos 10 años de edad ya tenían un historial problemático en la escuela. Ambos provenían de familias disfuncionales. Eran chicos que siempre reprobaban en el colegio, con dramas de alcoholismo, violencia familiar y divorcios en sus casas. Robert Thompson era un niño que había aprendido a desconectarse emocionalmente por los traumas que había sufrido desde pequeño, sobre todo el abandono de su padre, que les dejó cuando tenía seis años, y la violencia que había visto en casa antes y después de eso.
La vida de Jon Venables no era muy diferente a la de Robert. Además de los problemas en casa, ambos sufrían el acoso escolar de sus compañeros. Fue por todo esto que se hicieron tan amigos.
El secuestro
Aquel 12 de febrero, Robert y Jon faltaron a la escuela con el claro objetivo de ir al Centro Comercial y secuestrar a un niño. Días antes habían intentado robarse a un pequeño pero la madre de éste, lo evitó y el asunto no pasó a mayores. Aquel día lo intentarían de nuevo.
Una anciana recordó que ese día los chicos se burlaron de ella por caminar encorvada. Una empleada afirmó que los echó de la oficina hipotecaria donde trabajaba, después de que entraran gritando y revolvieran los folletos de información. Uno de ellos fue visto también en la librería del centro comercial, hojeando un cómic; cuando la dependienta le preguntó si quería algo, “tiró el cómic y salió huyendo”.
Las cámaras de vigilancia del centro comercial registraban todo, paso a paso, con la hora sobrepuesta a las imágenes. Una documentación en video del itinerario fatal de esa mañana invernal:
3:38 pm: el pequeño James estaba junto a la puerta de la tienda, esperando a que su madre terminara de comprar en la carnicería.
3:39 pm: Thompson y Venables se acercan al niño y le tienden la mano. El niño, curioso y amigable, no lo pensó dos veces.
3:40 pm: Denise salía de la tienda y buscaba a James.
3:41 pm: James reaparecía en otra cámara; caminaba por la galería principal del centro en de dos niños mayores que él.
3:42 pm: James compañía se acercaba a la puerta del recinto, dando la mano a uno de sus acompañantes.
3:43 pm: el trío abandonaba el centro comercial. Esa fue la última imagen de James Bulger con vida.
La madre lanzó la alarma de inmediato, pero ya era tarde; James se había alejado con sus torturadores y asesinos por una salida secundaria, como mostraron luego las cámaras del circuito cerrado de televisión.
Las últimas horas de James Bulger consistieron en una larga y terrorífica caminata desde el Centro Comercial hasta un descampado junto a una vía férrea, cerca de un río. En el trayecto, treinta y ocho testigos los vieron pasar. Fueron cuatro kilómetros de marcha agotadora, durante los cuales James Bulger lloró casi ininterrumpidamente. Varios testigos recordaban a James lloroso y con magulladuras en la cara.
Una mujer dijo haber visto cómo los otros dos niños tomaban a James de las manos, uno a cada lado, y lo balanceaban hacia delante y detrás “subiéndole hasta la altura de sus cabezas”. El niño parecía muy asustado, explicaría tiempo después. Pero nadie intervino. Todos los testigos, las treinta y ocho personas que cruzaron su camino, admitieron ver a los chicos “maltratando” a James Bulger durante el trayecto, pero ninguno intervino ni lo defendió. Pensaron que se trataba de un hermano menor.
El crimen
Esto apenas era el comienzo de una larga agonía para el pequeño James. Cuando llegaron a la vía férrea del paraje de Walton, Robert Thompson y Jon Venables no mostraron piedad alguna. Primero arrojaron pintura en los ojos de James. Luego le arrojaron ladrillos encima al pequeño y lo golpearon repetidas veces con una barra de metal. Thompson le dio una patada tan fuerte en la cara que le dejó la huella marcada en la piel. Le rompieron las manos y los dedos pisoteándoselos. De allí le quitaron los pantalones y los pañales y lo torturaron con baterías eléctricas, mismas que terminaron introduciéndole por el recto como parte del abuso sexual que cometieron contra él. Se pararon luego sobre el niño y le brincaron encima de su estómago y pecho. Después lo patearon en el vientre hasta reventarlo. Ya muerto, colocaron el cadáver sobre las vías férreas, para que el tren lo destrozara y simular un accidente. Se alejaron riendo y burlándose de algunos detalles y regresaron a sus casa como si nada.
La captura
El secuestro desató una cacería humana sin precedentes: Scotland Yard movilizó a cientos de agentes por toda Gran Bretaña. El cadáver del niño fue hallado el 16 de febrero, tras cuatro días de búsqueda nacional: el tren lo había cortado en dos.
Los investigadores examinaron las cintas de los videos de seguridad una y otra vez antes de darse cuenta de lo que había ocurrido en realidad y lo que observaron los dejó atónitos: James había sido sacado por otros dos niños. Al principio se pensó que se trataba de dos chicos enviados por el verdadero secuestrador, pero la realidad de lo ocurrido horrorizó a la opinión pública.
Robert Thompson y Jon Venables fueron arrestados en una intensa movilización policíaca. Por decisión expresa del gobierno, fueron juzgados como adultos. Durante el juicio, los dos acusados asistieron impasibles a la reconstrucción efectuada por el fiscal en los juzgados de Preston, a unos treinta kilómetros del solar donde James fue muerto a golpes y pedradas. El jurado examinó las imágenes grabadas por la cámara de seguridad del Centro Comercial Strand, donde los dos acusados secuestraron al pequeño. Con la hora sobreimpresa en las imágenes, resultó sencillo ordenar la secuencia de los hechos.
En el juicio, los niños asesinos no tuvieron la menor oportunidad de defenderse: la prensa y la opinión pública siempre los trató como adultos. Jon Venables se mostró desconectado de lo que se decía en la sala, concentrado en sus zapatos o jugando con las manos.
A raíz de este terrible crimen, los demás niños británicos perdieron su libertad, su derecho a hacer mandados, a jugar a la pelota en su barrio con sus amigos o simplemente andar en bicicleta en la vereda, su derecho a la infancia. La filosofía de que los niños no estaban seguros en ninguna parte se impuso. No se podía dejar a los hijos con nadie a cargo. Miles de mujeres abandonaron sus empleos para ocuparse solamente de sus pequeños ante el síndrome y el miedo al secuestro. Nada volvió a ser como antes.
La condena
Varios psicólogos de la defensa sostuvieron que los asesinos pensaban que sólo era un juego. Pero ese argumento no sirvió de nada: al final, fueron condenados a estar presos hasta cumplir la mayoría de edad.
Jon Venables y Robert Thompson pasaron ocho años y cuatro meses en prisión. Aunque en la cárcel estuvieron separados, las vidas de Jon Venables y Robert Thompson no fueron muy diferentes. Ambos estuvieron rodeados de fortísimas medidas de seguridad y de una legión de especialistas. El gobierno británico gastó en su rehabilitación tres millones de libras esterlinas (cuatro millones de dólares). A pesar de que los niños se pasaron la responsabilidad por la muerte de Bulger, ambos terminaron por asumir su culpabilidad.
En 2001, una comisión independiente dirigida por el Ministerio del Interior decidió, tras cuatro días de debate, que los dos muchachos estaban rehabilitados. El Ministro del Interior, David Blunkett, comunicó la decisión de la Comisión, presidida por un juez de la Alta Corte, con una respuesta escrita a una interrogación parlamentaria. Subrayó que “nadie podrá jamás olvidar el caso de James y el dolor de su familia. El asesinato del niño James Bulger fue un suceso terrible para su familia y para toda la nación, pero no sería de interés público perseguir a los responsables ahora que la junta de libertad bajo palabra ha decidido que ya no es necesario para la seguridad del público que estén confinados”, afirmó.
Pero en Gran Bretaña, donde nadie pudo olvidar la historia de la sádica ejecución del pequeño James Bulger, la noticia provocó furia. La ferocidad de la acción de los niños homicidas asombró al mundo.
Las vidas de Venables y Thompson recomenzó en alguna ciudad del norte de Inglaterra, donde su acento de Liverpool pasaría desapercibido. Se les ubicó en un centro urbano por aquello del anonimato de las ciudades y, por supuesto, ambos tienen sus domicilios en localidades diferentes. Dada la combinación fatal que forman, nunca jamás, podrán encontrarse.
El 3 de marzo de 2010, Jon Venables, ya de veintisiete años, fue encarcelado de nuevo. Violó su libertad condicional, y aunque se intentó mantener en secreto las causas del nuevo arresto, con los días, se supo en todos los medios lo que lo había devuelto a la cárcel. Jon Venables se había dedicado a consumir alcohol y drogas, a poner en riesgo su identidad, y lo más grave: coleccionaba pornografía infantil. Su computadora estaba llena de este tipo de materiales. Denise Fergus, madre de James Bulger, declaró tras conocer la noticia del encarcelamiento que Venables “ha vuelto al lugar en el que debería estar: entre rejas”.
De Robert Thompson no se sabe mucho, actualmente vive en alguna ciudad del norte de Inglaterra con una nueva identidad. Durante su estancia en la prisión, le costó trabajo superar el bachillerato elemental, pero desarrolló habilidades artísticas. Varios de sus cuadros aun se pueden apreciar en la sala de visitas de la prisión.
Veinte años han pasado desde el horrendo crimen del pequeño James, a mano de 2 niños poco mayores que él, pero la herida que esto dejó en la sociedad inglesa no se borrará nunca.
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